¿Cómo es posible amar a alguien que te está dañando?

Soy Fer, tengo 32 años y por la misericordia de Dios, hoy puedo decir que soy su hija.

Podría comenzar diciendo que me casé con el hombre “perfecto”, sin vicios, amable, atento, líder de la iglesia, cariñoso; llegué a pensar que no lo merecía, hasta que descubrí que él me era infiel, y mi mundo y todo lo que conocía de él se vino abajo, el dolor era tan grande que quería morir, no entendía en realidad qué estaba pasando.

Fue aquí donde Dios comenzó el proceso en mi vida (seguramente lo comenzó desde antes), pero esto era lo que necesitaba para darme cuenta de lo lejos que en realidad estaba de Él. Había renunciado a mi trabajo, y lo había hecho para depender totalmente de mi esposo, para respetarlo y honrarlo. Esto fue algo muy personal que Dios estaba trabajando en mi vida, con esto en mente, no creía merecer lo que estaba pasando y le pedía a Dios una explicación una y otra vez.

Desde el primer día que confronté a mi esposo él dijo que estaba arrepentido y que quería restaurar nuestro matrimonio. Buscó ayuda, renunció a su cargo en la iglesia al día siguiente, pero mentía una y otra vez, yo perdí mi rumbo y quería controlar todo lo que él hacía, anhelaba que no mintiera y le di una oportunidad una y otra vez, pero Dios sacaba a luz una y otra vez sus mentiras.

Yo me enteraba de algo por sus redes, entonces me bloqueaba el acceso, me lo negaba, y en cada mentira que salía a la luz Dios me llevaba a confrontarlo. Él no dejó la relación con la persona que me fue infiel y, aunque yo no conocía nada sobre el tema de los límites, sabía que él debía irse de casa. En este momento solo estaba enterada de esta situación una pareja de pastores que nos estaban ayudando, así que me quedé en casa sola, y así llegué a Sanando un Corazón Roto. Fue un alivio a mi alma.

Un mes después que mi esposo se fue de casa nos reunimos para discutir si íbamos a restaurar nuestro matrimonio. Después de hablarlo decidí darle otra oportunidad. Sin embargo, ese día Dios me guio a ver sus mensajes de texto por medio de la aplicación para pagar la factura y ahí aparecía el número de la persona con la que, según él, ya no tenía contacto; mi esposo creía que yo todavía podía tener acceso a su WhatsApp, así que decidió comunicarse con ella por mensajes de texto.

Destrozada quería pedirle el divorcio, llamé a los pastores para pedir consejo, pero Dios intervino con una palabra específica: “espera, no creas que yo no estoy trabajando en su corazón”. A pesar de todo decidí creerle a Dios, y esta vez no lo confronté, estuvimos hablando toda la semana. Él fue muy intencional en querer hacer bien las cosas, vimos prédicas, tuvimos citas y Dios me dio un amor sobrenatural para él, no tenía enojo, ni ira.

Le preguntaba que si estaba dispuesto a restaurar el matrimonio y le pedía que fuera honesto, pero me mintió descaradamente toda la semana. El domingo el pastor me llamó, sabía que, si Dios había mostrado esto era para confrontarlo, pero le pedí el favor de que lo hiciera él, pues yo ya no tenía fuerzas, y así fue.

Ese mismo día mi esposo fue confrontado cuando, según él, todo estaba marchando bien. Luego fue a casa a verme, yo estaba lista para reclamar las mentiras descaradas de toda la semana, pero Dios lo único que me traía a mente era Proverbios 25:15: “las palabras suaves pueden quebrar hasta los huesos”. Y decidí confiar en Dios. Aunque no quería, lo traté con amor, él iba más enojado que avergonzado, pero lo traté con amor y por primera vez mi esposo fue honesto.

Ese domingo esos mensajes que había encontrado eran porque él había ido a un autohotel. Claro antes de esto él aseguraba que en lo único que me había sido infiel era con besos. Sí, estaba destrozada, pero había algo en la honestidad que me traía paz, paz de confiar en Dios, y aunque sentía morir vino a mí un amor sobrenatural. (No necesitas entender solo ámalo).

A los meses mi esposo regresó a casa. Él terminó el curso de Camino de Libertad y yo el de Sanando un Corazón Roto, teníamos mucha ayuda, Dios puso a las personas correctas en nuestras vidas. Desde un inicio, Dios trabajó en mis pecados, malos hábitos y heridas, esto me permitió quitar los ojos de mi esposo y ponerlos en Jesús y lo mucho que lo necesitaba. Viviendo nuevamente juntos aprendí a no victimizarme y no usar palabras como: “Tú dijiste, tú eres”, y cambiarlas por: “me siento o esta situación me hace sentir”.

Había creado una obsesión por controlarlo y Dios me pidió rendirlo a Él, pues no era sano, sabía que con esto Dios me estaba pidiendo que sacrificara a mi esposo, pues lo había idolatrado. A pesar de esto, un año después de trabajar en nuestro matrimonio volví a revisar su teléfono y encontré una llamada a la persona con la que me había sido infiel (así que no depende de nuestro control, sino de Dios que saca todo a la luz). Le pregunté y me mintió, lo negó y luego me minimizó. No perdí el control esta vez, seguí orando porque sabía que debía establecer una consecuencia, busqué ayuda y consejo, y esto se sentía como otra infidelidad no necesitaba esperar más tiempo a que volviera a pasar, Dios me estaba guiando a irme de casa.

No quería hacerlo, fueron días muy malos, pero Dios seguía estando ahí. Anhelaba que mi esposo me buscara, que entendiera por medio de esta consecuencia, que luchara por mí, pero no pasó, todo iba peor. Lo intentaba, pero lo que decía seguía sin tener coherencia con lo que hacía, me contestaba que no podía estar pendiente de mí si no estaba en casa, le daba más días para que me lo demostrara, pero decía que él estaba haciendo todo y que yo exageraba.

Esto lo creí muchas veces, para mí era más fácil pensar que yo estaba exagerando y pidiendo demasiado, y que por eso la restauración de mi matrimonio no funcionaba; llegué a dudar mucho de mí, ya no quería ocasionar más problemas, no quería pelear, prefería minimizar lo que pasaba. Con todo esto, me preguntaba una y otra vez: “¿Por qué no puede amarme?” Me abandonó una y otra vez en cada pelea, en cada llanto, cuando más lo necesitaba, y eso me enfurecía.

Estábamos en un curso con el Pastor Ricky y él leyó una pregunta anónima mía, la pregunta decía: ¿qué hago si mi esposo sigue poniendo excusas y yo no puedo estarlo confrontando a diario o diciéndole que su actitud está mal? Su respuesta fue clara: “usted no es su mamá, lo que No hay aquí, son consecuencias de los límites”.

Sabía que Dios me estaba hablando y ya no lo podía prorrogar más, debía pedirle el divorcio a mi esposo. Antes de esto yo quería manipularlo a través de la lástima, pensaba que la única que sufría era yo. Muchas mentoras de Libres en Cristo me ayudaron con sus testimonios, con sus palabras, con su aprendizaje, pero también escuchaba en otros mentores un arrepentimiento genuino, y no veía esas actitudes en mi esposo.

Durante este tiempo fuera de casa Dios siguió trabajando en mí, conforme me ayudó a seguir sanando también me dio la seguridad para no tener miedo de confrontar en amor, de reconocer mis errores y de pedir perdón.

Sola nunca hubiera logrado nada, reconozco que la dependencia de Dios es lo único que te ayuda a salir de lo que vivimos, pero hoy entiendo que la comunión con Dios está en todo lo que hacemos, leer su palabra, orar, hablar y escuchar a las personas.

Hace unos meses Dios me guio a humillarme y a ver mis errores en mi matrimonio. Un versículo que venía una y otra vez a mí era 1 Pedro 5:6-7 que dice:Así que humíllense ante el gran poder de Dios y, a su debido tiempo, él los levantará con honor. Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes”. Sumado a esto, la psicóloga me dice: “como que estás muy exaltada Fer, mejor humíllate si te vas a divorciar, humíllate no sea que te exaltes y Dios te humille”. Tiempo después, otro consejero me dice: “como que estás muy inalcanzable, Fer”.

¿Cómo así humillarme con mi esposo cuando me voy a divorciar? Dios se refería a permitir que él se acercara nuevamente, a no juzgar, no señalar, ni criticar.

Y de esta forma el día que iba a proceder legalmente, lo llamé y le pedí que nos diéramos otra oportunidad, (no lo estaba llamando para el divorcio, Dios me estaba enviando a buscarlo) y así inició una nueva etapa, una nueva oportunidad de Dios para nuestro matrimonio. Nunca había visto cuánto orgullo había en mi corazón, ahora entendía qué era humillarme para que Dios se exalte por medio del amor. A pesar de haber pasado por muchas etapas del perdón y no solo a mi esposo sino a mí también, incluso aprender a recibir el perdón de Dios. Aun así, me hacía falta perdonar.

Hoy Dios me está llevando a perdonar a mi esposo como Dios me perdona, sin recordar el pasado como lo menciona Isaías 43:25: “Yo, sí, sólo yo soy quien borra sus pecados por amor a mí mismo y nunca más los recordaré”. El perdón no elimina los límites, ni permite el pecado, el perdón es solucionar los problemas del día sin acusar, ni traer a memoria las ofensas pasadas, y me permite reconocer mis pecados también.   

 El que no lo esté juzgando, criticando y manipulando, le ha facilitado a mi esposo que se sincere conmigo; ahora ya no me abandona, se queda, me escucha y lo escucho, esto le ha permitido encontrar muchas heridas, porque lo dialogamos y ya no soy la víctima.

Cuando quito los ojos de Jesús y dejo de vivir un día a la vez, tengo miedo al futuro, así que regreso corriendo a los brazos de mi Padre, Dios puede transformar este valle de problemas en una puerta de esperanza, podemos ver que las circunstancias empeoran, pero aun así podemos elegir confiar en Jesús y no permitir ser gobernados por nuestras circunstancias.

Dios me ha llevado a amar a mi esposo, a perdonarlo, a sacrificarlo, a confrontarlo, a alejarme, a dejarlo solo, pero lo resumo en esto: tratarlo sin orgullo guiada por Dios.