La valentía de poner límites incluso cuando el corazón tiembla
Soy Kelly Aquino, hija amada de Dios, psicóloga de profesión y tengo 38 años. Mi testimonio comienza hace un par de años cuando decidí terminar con una relación de compromiso en la que invertí mucho tiempo, corazón, recursos, energías y amor. A pesar de eso, hoy entiendo que esa relación estaba destinada al fracaso, luché por tratar de mantenerla porque tenía ilusión, la ilusión que la mayoría de mujeres tenemos: casarnos y formar una familia, vivir una experiencia linda de la preparación de la boda y todo lo que eso implica, vestido, ver flores, local de recepción, anillos, etc.
Yo me quedé en las vísperas de comenzar esos preparativos cuando Dios comenzó a sacar a luz muchas cosas que estaban pasando, recuerdo que cada vez era más evidente cómo las actitudes, los comportamientos y la relación en sí, se iban alejando de lo que una vez soñé. Dios utilizó múltiples formas para llamar mi atención y empecé a sentir la necesidad de comenzar a poner límites ante situaciones que se estaban saliendo de control; trataba de complacer, de no renegar y de ser hasta cierto punto sumisa, minimizando mis necesidades y el malestar que sentía con tal de no perder la relación.
Cuando comencé a colocar límites, comenzó también a estallar todo, y empecé a ver la verdadera persona con la que se suponía iba a compartir toda mi vida, el establecimiento de estos límites hizo más clara su personalidad, carácter, intenciones y me expuso ante un cuadro bien distinto al que había idealizado. Ahora la pregunta era, ¿vas a seguir aquí o vas a soltar? Aun así, seguí. Porque tenía en mi mano un hermoso anillo y promesas que, aunque borrosas quería seguir creyéndolas.
Recuerdo que una noche en la que estaba muy cargada le dije a Dios: “esto no es lo que quiero para mí, no me siento bien, no me siento feliz, ahora veo las cosas diferentes, me duele, pero no sé cómo soltar”. Al poner límites empecé a cuidar mi corazón y, sin darme cuenta, a prepararlo para lo que venía.
Estábamos en el estacionamiento del lugar donde sería la ceremonia, cuando me confesó que en una discusión que tuvimos (que de hecho fue una reacción de enojo que él tuvo a causa de los límites que puse) se había acostado con una mujer y ahora ella estaba embarazada. Me dijo que iba a reconocer a su hijo, pero que ella solo fue una aventura, que no le interesaba, que no podía guardar más este secreto y que antes de casarse tenía que decírmelo. Me entregó una chequera en blanco y me dijo: “escogé lo que querás, hacé la boda como querás; si querés que esto no lo sepa nadie, está bien, no voy a decirlo, pero te lo tenía que decir porque te amo y no quiero perderte”.
Al oír esto, me quedé helada, pero en ese mismo momento una corriente bajó desde mi cabeza hasta mis pies y me dio calma, sabía que era Dios, sabía lo que tenía que hacer y esta vez, sí lo hice. Terminé la relación en ese momento, y mis palabras para él fueron las que le dije a Dios: “no es lo que quiero para mí”. Ahora, después de tomar esa decisión, sé que no es lo que Dios tenía preparado para mí.
De ese momento en adelante, tuve que ser muy intencional en mantener los límites y el contacto cero. Los primeros días fueron tormentosos, me costó soltar, lloré, lloré mucho, me hice tantas preguntas y la única manera en la que pude rescatar tantas cosas que había invertido en esa relación fue encontrando el amor de Dios una vez más, a través del dolor, de la tristeza, de mi arrepentimiento genuino y de volcar mis sueños en Él nuevamente. Comencé otra vez a caminar con Él, restaurar mi identidad en Él, verme y sentirme como hija amada, a pesar de mis errores y de no querer obedecer cuando debí hacerlo, pero su misericordia me alcanzó y me guardó.
Sigo manteniendo los límites, con su familia, amigos cercanos y personas en común. Pidiendo la dirección de Dios, tuve que cambiarme de iglesia para guardar mi corazón y esto fue parte de los límites que coloqué, lo que me ha ayudado a tener un espacio seguro en donde mi relación con Dios ha vuelto a florecer y sé que manteniéndolos sigo también trabajando en mi restauración, sanidad y desarrollando mi fe.
Una de las lecciones que me ha dejado colocar límites en mi vida es que estos me ayudaron a reflejar el amor verdadero. La palabra de Dios nos recuerda en 1° Corintios 13 cómo es el amor; y decir no, también es parte del amor porque ayuda a protegernos y proteger nuestras relaciones con otros.
Los límites me ayudaron a cuidar mi corazón, que es un tesoro que Dios nos ha dado. Proverbios 4:23 dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.” Eso implica tener sabiduría para decidir qué permitimos que entre en nuestra vida. Poner límites protege nuestra paz, nuestra salud espiritual, mental y nuestras prioridades en Dios.
Poner límites no se trata de gritar o pelear, sino de hablar con claridad, respeto y convicción. Ese “no es lo que quiero para mí” me salvó la vida, porque, aunque tardé y dudé, había esa convicción dentro de mí de hacer lo que sabía que tenía que hacer. Ahora estoy convencida que mi fe y mi esperanza están puestas en Dios y Él no decepciona, así que espero el momento en que Él me permita caminar en obediencia hacia la realización de mis anhelos. Todos ellos ahora puestos en sus manos.
Quiero terminar mi testimonio citando Jeremías 29:11 en la versión TLA, versículo al que me aferro con todo mi corazón cuando vienen esos momentos de duda, tristeza o incertidumbre.
“Mis planes para ustedes solamente yo los sé, y no son para su mal, sino para su bien. Voy a darles un futuro lleno de bienestar”.
