Difíciles de poner, pero necesarios para sanar una traición
La infidelidad es una de las heridas más profundas que un ser humano puede experimentar. Cuando una persona es traicionada en lo más íntimo de la relación, el corazón queda marcado por el dolor, la confusión y muchas veces por la sensación de haber perdido el rumbo. Sin embargo, incluso en medio de estas experiencias que sacuden el alma, la Palabra de Dios nos recuerda que no estamos solos, y que en Él siempre hay restauración.
Todos los que hemos comenzado un camino de sanidad emocional y espiritual después de una herida de traición, hemos podido reconocer el impacto que ha dejado en nuestras vidas, y el trabajo que lleva recuperar nuestro valor y afirmar la verdadera identidad en Cristo. Ambos procesos convergen en una verdad: la restauración solo es posible cuando caminamos de la mano de Dios, permitiéndole rediseñar lo que el pecado y el dolor intentaron destruir; y, sin lugar a duda, un tema indispensable en ese proceso de sanidad es el de los límites.
La Biblia enseña que los límites no son muros para encarcelar, sino cercos de protección que nos ayudan a vivir conforme al diseño de Dios. En Proverbios 4:23 dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. Esto significa que tenemos la responsabilidad de cuidar lo más profundo de nuestro ser, poniendo límites saludables que eviten volver a caer en dinámicas destructivas.
Para los hombres, establecer límites significa aprender a reconocer sus emociones, sanar la herida de la traición y no permitir que la amargura gobierne sus decisiones. Para las mujeres, los límites implican recuperar la claridad de su identidad en Cristo, no definiéndose por el rechazo o el abandono, sino por el amor incondicional del Padre.
Después de una infidelidad, es normal sentirse desvalorizado, insuficiente o roto. Pero la verdad de la Biblia es que nuestra identidad no se basa en lo que alguien hizo o dejó de hacer por nosotros, sino en lo que Cristo ya hizo en la cruz.
La mujer no necesita mendigar amor, porque ya es amada, escogida y establecida en Cristo. De igual manera, los hombres no son definidos por el dolor que sufrieron, sino por la fortaleza que Dios está formando en ellos.
Dios es un Dios de límites, y los pone porque nos ama y desea protegernos. Miremos los 10 mandamientos; cuando Él nos dice que no adoremos otros dioses, nos está cuidando de nuestro propio corazón inclinado a la idolatría; cuando nos dice que guardemos el sábado como día de reposo, nos está cuidando de caer en ese activismo que le encanta a nuestra carne y que nos deja sin tiempo para Él; por poner solo dos ejemplos.
El que Adán y Eva no pudieran comer del árbol del conocimiento del bien y del mal era un límite que buscaba proteger del pecado a toda la creación. Hoy vivimos las consecuencias de haber quebrantado ese límite. Con este suceso aprendemos que un límite es algo que se pone para cuidar y proteger lo que Dios ama, lo que es importante para Dios. Guardar, proteger, defender, preservar, salvar lo que para Dios es importante. También aprendemos que cuando nos saltamos los límites, siempre habrá consecuencias que nos generarán dolor.
A lo largo de la Biblia vemos muchos límites o parámetros que protegerán nuestra vida y a las personas que amamos. Existen límites para dirigir nuestra conducta, las emociones, la sexualidad, la familia. Existen parámetros para proteger al necesitado, a la viuda, al huérfano y a los extranjeros. Son pautas que Dios nos da para nuestro beneficio.
Ahora bien, en el proceso de sanar la herida de la traición es igualmente importante aprender a establecer límites, y en este artículo queremos compartir contigo al menos dos puntos que son muy importantes.
- Un límite es para dirigir mi propia conducta y nunca para dirigir la conducta de alguien más
Este punto es muy importante y quizá donde muchos fallan, ya que es fundamental entender que no podemos exigirle a nadie que cumpla un límite porque las personas tienen la libertad de decidir si quieren hacerlo o no. Un ejemplo puede ayudarnos a entender este punto. Un hombre que está pasando por la infidelidad de su pareja (esposa o novia) puede decirle: “no quiero que veas nuevamente a esta persona”, creyendo que eso es un límite. Pero si nos fijamos bien, ese es un límite que le corresponde a ella ponérselo, es ella quien finalmente debe decidir si vuelve a ver o no a la persona con la que cayó.
Por eso decimos que los límites no están pensados para dirigir o manipular la conducta de nadie, porque cada uno es responsable y tiene la libertad de cumplirlos o no. Un límite es para dirigir la propia conducta. En el caso de nuestro ejemplo sonaría más de la siguiente manera: “No me permitiré aceptar que mi pareja siga viendo a la persona con la que tuvo una relación”. ¿Lo ves? El límite dirige la conducta de quien lo pone.
- Un límite es para proteger mi vida y mi corazón
Es importante tener claro que cuando ponemos un límite lo hacemos para protegernos. A veces no es fácil porque sabemos que la otra persona se puede molestar o incomodar, porque le estamos advirtiendo acerca de las consecuencias que va a tener que enfrentar si continúa con la conducta que nos está lastimando. Por eso es importante tener claro que si ponemos un límite tenemos que estar dispuestos a hacerlo cumplir.
Si estás en una situación de infidelidad o adulterio es supremamente necesario que establezcas límites claros a tu pareja y que le permitas vivir las consecuencias si los rompe. A veces por pesar o dependencia queremos evitar que la persona que nos traicionó viva las consecuencias de haber roto un límite tan claro puesto por Dios como es el de la fidelidad en un matrimonio. Es sano que la persona tenga que asumir su responsabilidad; esto, sin duda alguna, la hará crecer en carácter y le ayudará a madurar, al mismo tiempo que te protegerá emocionalmente, sobre todo si la conducta de pecado persiste.
Sanar no significa olvidar, sino aprender a mirar el pasado con una nueva perspectiva. Dios promete en Isaías 61:3 que Él cambia “el espíritu angustiado por manto de alegría”. Esto no ocurre de la noche a la mañana, sino en un proceso de fe, decisión y dependencia de su gracia.
Caminar de la mano de Dios después de una traición significa permitirle al Espíritu Santo renovar la mente, restaurar el corazón y dar dirección hacia un futuro lleno de esperanza. Significa también reconocer que los límites, la identidad en Cristo y la sanidad emocional no son logros humanos, sino frutos de permanecer en el amor del Padre.
Tanto hombres como mujeres que han pasado por la herida de la infidelidad necesitan recordar que su vida no termina en ese suceso. La traición no tiene la última palabra. Dios, en su fidelidad, es capaz de transformar el dolor en propósito, la ruptura en restauración y la confusión en claridad.
Hoy, el llamado es a caminar con valentía, a guardar el corazón, y a creer que en Cristo siempre hay un nuevo comienzo.
