Hay algo más en tu adicción

Mi nombre es Abelardo Martínez Maravilla, tengo 28 años, vivo en la Capital de El Salvador, San Salvador. Sirvo activamente en el ministerio de Alabanza como cantante y baterista en la congregación donde he crecido, Iglesia Bautista Vida Nueva El Salvador. Me caracterizo por ser muy sociable y carismático con la gente, donde sea que esté me encanta hacer muchos amigos, ya sea jugando fútbol, haciendo senderismo, running o en el supermercado, siempre tengo una buena excusa para hablarle a la gente y brindarle un saludo lleno de alegría.

Como en la mayoría de los casos, mi historia con el pecado sexual empezó a muy temprana edad. Por mucho tiempo pensé que solo se trataba de un mal hábito, de algo que no debí haber visto a mi corta edad, o a lo mejor era algo normal que todo niño “debería experimentar”. Recuerdo haber tenido contacto con material pornográfico en casa en aquellos casetes donde se guardan películas animadas, pero por rara casualidad estaban escondidas en lo más profundo de una gaveta donde se guardan cosas de mucho valor (o de las cosas que deben estar fuera del alcance de un niño curioso como yo).

Quedé impactado por las imágenes y escenas que vi, nuevas sensaciones se despertaron en mí que no lograba explicar pero que causaron temor si las volvía a ver.

Quisiera decir que a partir de los ocho años comenzó mi adicción a la pornografía y masturbación, sin embargo solo fue la pequeña invitación de una puerta semiabierta que nunca se cerró, y que, por mi corta edad, en mi inocencia no sabía cómo cerrarla o si era malo mantenerla abierta, solo era un niño.

Yo solo quería vivir mi infancia y jugar con mis carros a control remoto que mi papá me compró para una navidad, tenía muchas ilusiones y como todo niño su mayor referente y héroe en todos los aspectos era papá. Recuerdo que era muy unido a él, siempre lo admiraba cada que se preparaba para salir a trabajar con su forma elegante de vestir, compartir momentos con él como que disipaba aquellos recuerdos e imágenes que a lo mejor fueron un error, una equivocación de mi parte haber visto; hasta que un par de años más adelante me entero de lo que desequilibró mi vida: la separación de mis padres, y no solo ver las discusiones sino la razón de la separación, una infidelidad.

Todo aquello que había reproducido en aquel casete comenzó a tomar sentido y más impacto en mi vida, no podía procesar lo que estaba pasando, yo solo tenía miedo porque luego de esa discusión ya no volví a ver a mi papá junto a mí.

La ausencia de un padre en la vida de su hijo es tan fuerte que puede marcar la identidad, como lo hizo conmigo. Estaba entrando a la etapa de la adolescencia cuando amigos mayores que yo comenzaron a “educarme” en temas para probar nuestra hombría llamado sexo y mujeres. Al no tener un referente sano de masculinidad comencé a creer que al ver pornografía y buscar relaciones sentimentales desordenadas me iba a sentir más varonil, con más valor, pero solo era un niño confundido con una herida de ausencia paterna, sin dónde ir, a quién acudir, y por miedo a experimentar un segundo abandono y sentirme solo de nuevo tuve que aceptar la compañía de “referentes” masculinos que no me llevaron por buen camino, solo a una adicción llamada pornografía, y cada que me sentía solo, cada que sentía un rechazo, burla, un regaño y no sabía dónde acudir, mujeres detrás de una pantalla estaban dispuestas a brindarme esa compañía sin escatimar el día y la hora.

Al conocer Libres en Cristo por medio de un amigo que expuso su corazón y su proceso de restauración me sentí tan identificado que de forma anónima quise buscar ayuda y ser libre de esta adicción, pero para mi sorpresa, Dios no quería librarme de un “mal hábito”, Él quería darme una nueva identidad, llenar ese vacío que estuvo por muchos años en mi corazón.

Sabía lo que tenía que hacer: huir de todo ambiente y personas que no querían mi bienestar. Estaba lleno de miedo por estar solo, por perder a esos “amigos” que eran muy cercanos a mí, pero que me alejaban de la voluntad de Dios. Recuerdo que fue difícil tomar decisiones radicales por mi pureza; sin embargo, con un corazón roto y con miedo al qué dirán encontré esperanza y valor en lo que dice el Salmo 68:6: “Dios hace habitar en familia a los desamparados”.

El Padre de los huérfanos nunca me dejó solo, Él me abrazó y me dijo que, en Sus brazos, jamás estaría solo. Con Dios ya no tenía necesidad de fingir ser un hombre fuerte, un hombre que no llora, un hombre que busca validación externa en las mujeres. Por fin logré experimentar descanso para mi corazón.

Dios ha sido tan bueno conmigo, Él tuvo el sumo cuidado y me brindó una familia, una comunidad donde pude crecer, desmentir muchas cosas en mi cabeza que adopté como una verdad en mi vida; ahora entiendo que esta lucha no se trata de ser libre de una adicción, sino de ser libre de un pasado que te marcó la infancia, de palabras que marcaron e hirieron tu identidad como hombre, de exigencias absurdas de cómo un hombre debe ser y actuar ante una sociedad tan perdida y no mostrar ninguna debilidad.

He aprendido que satanás aprovecha el dolor de nuestro pasado para distorsionar nuestra identidad como hombres; quiere usar tus heridas para que creas que la única salida es que acudas a la esclavitud de la pornografía, pero en Dios no debe ser así, no es así, Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida; no hay mayor fuente de plenitud que Él y solo por medio de Él fue que encontré mi valor como hombre. Solo en Dios pude sanar mis heridas, perdonar a quienes me lastimaron, y encontrar mi verdadera identidad. Soy hijo de Dios, soy hijo de Luz, no pertenezco a las tinieblas, fui adoptado por amor.