Fiel es el que hizo la promesa

Soy Mario y vivo en Costa Rica. Tengo 37 años, un matrimonio de 9 y un hijo de 6. Esta es la historia de cómo Dios fue a rescatarme y espero que, a través de ella, Dios empiece su obra en ti y en tu corazón nazca una nueva esperanza en Jesús, así como yo lo viví.

Crecí en una familia católica en el ambiente machista que Latinoamérica tuvo en los 80’s, 90’s y bueno todavía hoy lo identificamos. El hombre tenía que oler a licor, cigarro, mujeres y dinero. Donde emborracharse, tener dinero, hablar y ver mujeres era el modelo a seguir. Sumado a esto, no me sentía aceptado ni importante, era uno más, buscando la aceptación del mundo. En el colegio tenía baja autoestima, sufrí de bullying, fui engañado y no era aceptado. Seguía un modelo donde Dios no estaba en los planes. Mi pensamiento era: “Si tomas, eres popular; ver pornografía y masturbarse era normal y el objetivo principal: ir a la universidad y tener novia para dejar la virginidad lo antes posible”.

Pasé de la pornografía a la fornicación, y de la fornicación al adulterio. Siempre busqué sin éxito esa aceptación e importancia que nunca había tenido. Durante mi noviazgo, mi esposa me llevó a la iglesia cristiana. En este punto, siento que empecé a conocer de Dios y me gustó; sin embargo; seguía sin conocer a Dios. Me casé creyendo que mi esposa tenía que hacerme feliz, que era ella la que iba a llenar mis vacíos y nunca más iba a sentirme rechazado.

La estabilidad de nuestro matrimonio duró un tiempo; pero, mi sed de importancia y orgullo me exigían más y más. La pandemia y la crianza de mi hijo empezó a crear un abismo en el matrimonio. Problemas de comunicación, y la falta de amor y respeto cada vez se intensificaban día con día. Mientras tanto, en mi trabajo me empezó a ir muy bien. Era reconocido por mi conocimiento, liderazgo y éxito en los proyectos que ejecutaba. Este fue el escenario perfecto para que el enemigo iniciara su jugada; una compañera de trabajo empezó a notarme y hablarme al oído. El alimento perfecto para mi orgullo y falsa hombría, lo que mi sed interior anhelaba.

Cuando mi esposa se dio cuenta por primera vez de mi relación con mi compañera destruí su corazón. Tiré la confianza a la basura y puse nuestra relación a pender de un hilo. Empezamos terapia de parejas con una psicóloga secular por así decirlo. “No es necesario meter a Dios en esto” fue lo que argumenté. No había pasado 3 meses cuando de nuevo reestablecí mi relación con mi compañera. Pero esta vez iba a “hacerlo bien” e iba a esconder todo. Todos los días, antes de llegar a casa, me detenía a borrar todos los mensajes. Según yo, actuaba que tenía la familia ideal cuando el enemigo me tenía cegado y en sus manos. Me levantaba a las 3 de la madrugada sin poder dormir por la ansiedad de ser descubierto. Desarrollé una dermatitis en mis manos que no se me quitaba con ninguna crema. Por dentro estaba cansado, amargado, confundido; todo en mi casa era una carga, mientras que en mi trabajo me sentía feliz.

El día que tomé la decisión de divorciarme argumenté que debía esperar 1 o 2 años para irme de casa. Para darle tiempo a mi hijo que fuera más grande, pues según yo de 3 años, mi hijo no iba a entender por qué su padre no vivía más con él. Como si existiera una edad para asimilar la destrucción de una familia. Ese día, dejé a mi esposa, a mi cuñado y a mi hijo en una fiesta de cumpleaños. Me fui a casa de mis padres y conversé por teléfono con mi compañera. Cuando fui por mi familia a la fiesta de cumpleaños, mi esposa encontró la llamada y entendió todo. Con mi hijo y mi cuñado en el carro, empezó a gritarme y a pegarme en el hombro. Recuerdo que mi hijo decía: “mamá, ¿por qué le pegas a papá?”. Mi esposa se detuvo, cuando mi cuñado dijo: “no sé lo que está pasando, pero en el nombre de Jesús paren ya”. Si la primera vez le había destruido el corazón a mi esposa, esta vez lo hice añicos. Estuve a dos pasos de abandonar a mi esposa y a mi hijo, no había nada humanamente posible que salvara nuestro matrimonio. Sin ninguna esperanza, decidimos intentarlo otra vez, pero esta vez, Dios iba a ser parte de la ecuación.

Al día siguiente de esto, mi esposa quería venganza y amenazó que iba a ir a mi trabajo, a humillarme a mí y a mi compañera en frente de todos. Incluso habló con un compañero de trabajo para contarle lo que pasó y reiterar la amenaza. Tuve que contarle a mi jefe la situación para evitar cualquier evento que perjudicara la imagen de todos. La vergüenza y la culpa se apoderaron de mí. Todo mi mundo se cayó a pedazos y recibí el rechazo de todos, incluyendo mi compañera. Ya no existía el Mario cristiano, íntegro e inteligente, solamente el mentiroso, irresponsable, infiel, pésimo padre y aún peor esposo. Recibí malos consejos y el enemigo constantemente me decía que el único camino era el divorcio.

Buscamos en la iglesia consejería y llegamos a “Libres en Cristo” (LEC). Mi esposa inició “Sanando un Corazón Roto (SCR)” y yo “Camino de Libertad (CDL)”. Yo acepté este proceso diciéndole a Dios: “yo no sé qué va a hacer usted para que yo vuelva a amarla, pero voy a ser obediente al proceso que me toque”. Así que empecé mis lecciones de CDL. Cuando llegué a la lección del arrepentimiento genuino, Jesús fue a mi encuentro, me reveló el vacío que había vivido por muchos años y que solamente con su amor iba a poder llenar. Me llevó a la cruz donde dejé la culpa y vergüenza que me agobiaban, me quitó el insomnio y la dermatitis que sufría, de un día para otro. Me dio una nueva identidad, ya no era el mentiroso, el infiel; me dijo: “eres un hijo de Dios”. Me enseñó que la gracia de Dios cubre todo pecado, me confirmó que fui apartado por mi Padre Celestial y Él nunca ha dejado de amarme, a pesar de quién yo fui.

Me sentí como esa oveja, que por “jugar de viva”, como decimos en Costa Rica, se apartó de la manada porque se creyó más que todos y que no necesitaba pastor. Pero en esa mentira, caí herido de muerte, en la fosa de un león hambriento que estaba listo para devorarme. En ese caótico escenario, llegó mi pastor, Él dejo las 99 y fue por mí. Me sacó de esa fosa, se encargó de mis heridas y vacíos, me cargó en sus hombros, me alimentó, me cuidó; me levantaba en las mañanas y me acostaba por las noches, como su hijo amado. Y cuando pude caminar de nuevo, mi decisión era indiscutible: “No quiero apartarme de mi Pastor”. Estoy atento a su llamado, quiero leer su Palabra, conocer más de Él, quiero servirle, adorarle, ser instrumento en sus manos. Como lo experimentamos todos los que servimos en LEC: Dios apareció en mi vida para transformar un corazón, una familia y una generación.

Como parte de mi proceso, pensarán que tuve que renunciar a mi trabajo. Bueno, en ese momento se lo consulté a Dios. Y la respuesta fue muy clara: “ten paciencia”. Sí, eso fue lo que me dijo Dios. Así que mi proceso de corte radical fue muy estricto. Cambié mi horario de comidas, le indiqué a mi jefe que no iba a hacer ningún proyecto con mi compañera. Ligué mi WhatsApp con el celular de mi esposa. Ella a tiempo real podía ver mis mensajes. Me aislé por completo para evitar cualquier contacto con mi compañera o con personas allegadas a ella.

Luego de pasar por este proceso durante más de un año, Dios me abrió la puerta para cambiar de trabajo, donde actualmente laboro. Como pueden imaginar, mientras yo pasaba mi proceso, mi esposa también estaba en el suyo, con ataques constantes del enemigo, pues yo no me había alejado físicamente de mi compañera. Pero Dios nos pidió paciencia y a cambio nos dio a ambos una promesa: “No volverán atrás”. Aferrados a la promesa de Dios y al proceso, dimos frutos y ambos lo notamos.

Hoy, mi esposa y yo vivimos un matrimonio restaurado. Todavía con oportunidades de mejoras y desafíos; seguimos aferrados, más que nunca, a la promesa que Dios nos dio. Nuestro matrimonio nació de nuevo, no tuvimos una segunda oportunidad, nuestro Padre Celestial nos dio un nuevo matrimonio donde ahora amo más a mi esposa que el día que me casé.

Mi relación con Dios tiene su punto de partida en LEC, pero la bondad de Dios no se ha quedado ahí. Sus promesas siguen siendo “Sí y Amén” para nuestra familia. He podido vivir nuevos procesos y servirle en otros ministerios. Ahora formo parte de Legendarios, participo activamente en la red de matrimonios de nuestra Iglesia y hago parte de la comunidad de mentores de Libres en Cristo. Esto nos ha permitido conocer gente espectacular y crecer como nunca lo hicimos en nuestro matrimonio. Ahora nuestra vida y nuestra historia la ponemos a disposición de nuestro Padre Celestial para que Él siga transformando otro corazón, otra familia y otra generación.

Por último, quiero dejarles el versículo que me recuerda siempre la promesa de Dios para nosotros y como dice nuestro pastor en mi Iglesia: “El que tiene una palabra de Dios, lo tiene todo”. Que Dios te bendiga y así como Dios cambió mi historia, cambie la tuya.

“Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa”. Hebreos 10:23 NVI