Lo que el dolor no pudo quitarme: un viaje hacia la verdadera identidad
Mi nombre es Kléver Peñaherrera y soy el segundo de cinco hijos, dos propios, dos de otros dos matrimonios de mi madre y uno del segundo matrimonio de mi padre. Siempre mis padres desearon que yo fuera mujer. A los dos meses de nacido mi padre se separó de mi madre y emigró del Ecuador para Venezuela, conocí a mi padre a los 23 años por un mes aproximadamente.
Mi madre se casó nuevamente y nos dejó, a mi hermano mayor y a mí, en casa de mi abuela porque su nuevo esposo no nos aceptó; luego se divorció otra vez y nuevamente se casó, pero ya no hubo ni el intento de llevarnos. Por tercera vez se divorció y migró a Europa. Para ese entonces yo ya tenía aproximadamente 14 años.
Cuando era niño, aproximadamente a los 5 o 6 años de edad, un tío paterno abusó de mí hasta los 12 años. Viví muchos años esta situación, realmente no recuerdo hasta cuándo, pues creía que esto era normal. Debo también indicar que desde esta edad vivía masturbándome.
Así transcurrió mi vida en los primeros años de colegio. Cuando ingresé a la secundaria me di cuenta de que me atraían los hombres, por lo que, para intentar ser alguien normal y mantenerme dentro de los parámetros ‘normales’ del resto de mis compañeros, encontraba la manera de conseguir novias. Para sumarle a toda esta situación, todas las figuras paternas de mi casa migraron dejándome como el único hombre del hogar.
Todo empeoró cuando me enamoré de una mujer compañera mía a la que muchas veces le dije que quería ser su novio, pero ella no quería. Esto hizo que siempre me percibiera a mí mismo como un hombre feo, rechazado, poco interesante, etc. Para ese entonces ya había encontrado en la pornografía una manera de lidiar con todo lo que me pasaba. El siguiente evento importante sucedió a mis 17 años, cuando tuve mi primera relación homosexual con alguien que estaba drogado y a quien jamás volví a ver.
Siempre quise estudiar derecho, así que me trasladé a la capital de mi país. Este fue un tiempo en que se “despertaron muchas cosas homosexuales” en mí, ya que como debía vivir solo y no tenía mucha supervisión de nadie y me encontraba en una ciudad más liberal, pues todo era más fácil. Recuerdo que inicié una rutina muy fuerte de encuentros homosexuales entre los baños, la universidad y mi cuarto de “soltero”, y me convertí en un activista de la causa LGBTI participando en procesos contra las personas que discriminaban a esta comunidad.
Sin embargo, vivía muy deprimido, por lo que regresé a estudiar a mi ciudad de origen arrastrando todos mis deseos homosexuales junto conmigo. Cuando cumplí 19 años terminaron de migrar todos mis familiares mayores, incluyendo a mi abuela, quien era mi guía y una de las personas más importantes en mi vida. Entonces, inicié un periodo de consumo de alcohol, drogas, pornografía y homosexualismo muy periódicamente, esto me llevó a tener tres intentos de suicidio, que, hasta el día de hoy, no entiendo cómo no funcionaron. Todo esto estaba sucediendo en mi vida al mismo tiempo que libraba una lucha muy fuerte en mi interior porque no podía convencerme de que era homosexual. Algo dentro de mí rechazaba que lo fuera.
Debido a mis relaciones clandestinas y a que nunca tuve sexo seguro con nadie, contraje muchas enfermedades de transmisión sexual, gracias a Dios nunca fue VIH; de verdad sé, que con todo, Dios me cuidaba.
Mi vida volvió a irse a pique cuando me hice novio de una mujer a quien embaracé y terminó abortando al bebé. Fueron días muy difíciles para ambos. Ella tuvo un acercamiento a Dios y quiso que yo también lo tuviera, pero mi conducta era muy irreverente ante Dios. Llegué a insultarla y a decirle que me dejara en paz con ese tema. La perdí por mi actitud. Un día, ella se fue del país sin decirme nada. Aún éramos novios y esto destrozó mi vida de una manera inexplicable. Entonces comenzaron tiempos reales de angustia que buscaba calmar con alcohol, drogas y relaciones clandestinas.
Llegué a tal punto, que aprovechaba la embriaguez de mis amigos y les obligaba a tener relaciones conmigo; eso realmente me destruía, porque al despertar con resaca, no podía creer lo que estaba haciendo. Empecé a perder a amigos por mi actitud homosexual y nuevamente intenté suicidarme. No tenía otra opción, no quería ser así.
En el peor punto de mi vida, alguien me ofreció dinero para tener relaciones sexuales conmigo. Al principio me negué, pero como se trataba de una buena cantidad de dinero, terminé por aceptar. En realidad, ya había caído muy bajo en el pecado sexual. Al poco tiempo de esto, me di cuenta de que esta persona había difundido la noticia porque había muchos más hombres pagándome para tener encuentros sexuales conmigo. Así fue como me involucré en la prostitución de una manera que hoy no puedo entender. Todo estaba fuera de control.
Entonces llegó el tiempo de la redención. De mi redención. Y llegó por medio de una invitación. Un día una amiga me invitó a un evento cristiano y como intentaba liarme con ella, acepté ir. De verdad que no vi venir lo que sucedió en ese evento. Dios me alcanzó. De verdad que Él me encontró. Recuerdo que fue en noviembre de 2003 que acepté a Cristo en mi vida. Fue tan poderoso su toque que en ese mismo momento dejé totalmente el alcohol y las drogas. Tan rápido como apagar y prender una luz; como despertarse de un sueño. Sé lo que es que Dios obre sobrenaturalmente en la vida de alguien.
Sin embargo, con el homosexualismo pasaba algo. Aunque ya no tenía relaciones homosexuales con nadie, y me casé con esta mujer (yo sé que es un ángel enviado por Dios para mi vida), y tuve dos hijos maravillosos con ella, no podía quitar de mí el sentimiento homosexual; seguían atrayéndome los hombres. Además, el problema de la masturbación y la pornografía no se terminaba, luchaba un tiempo y recaía peor.
Entonces llegué a Libres en Cristo y tuve la gran bendición de poder llevar un proceso que me ayudara a librar la batalla con el pecado sexual. El curso incluía el acompañamiento de un mentor cuyos consejos fueron de gran valor para mi proceso. Recuerdo que lecciones como las del corte radical me ayudaron a avanzar de tal manera que Dios me dio la libertad mucho antes de concluir con el curso.
Mi vida experimentó un cambio trascendental; se reafirmó totalmente mi masculinidad, mi hogar se encuentra restaurado y en la mejor etapa que hemos pasado, y la relación con mis hijos es mucho mejor. Ahora siento que el servirle a Dios es una gran bendición y que nunca más seré avergonzado por el enemigo porque Dios me guarda. Hoy levanto mis manos al cielo en señal de agradecimiento porque tengo la convicción de que soy totalmente nuevo.
Ahora bien, no quiero terminar de contar mi testimonio sin antes compartir lo que considero ha sido clave en mi proceso de libertad del pecado sexual: confiar totalmente en Dios. El Padre me ha dado la gracia para cerrar mis ojos y dejarme guiar por Su mano en todo. Ahora gracias a Dios puedo decir: Cristo, otra vez venciste al enemigo.
